domingo, 10 de julio de 2016

La libertad no tiene límites

Da para tanto este concepto que me sería imposible redactar una opinión sin partir de premisas que se prestarían a largas disertaciones, como la asunción de que somos libres y nuestros actos son una manifestación de esa libertad, pero ¿qué es realmente la libertad?

Si la respuesta que obtienes haciendo esta pregunta es mínimamente extensa te encontrarás con mil y un enfoques en función de la ideología de tu interlocutor: liberales, comunistas, kantianos, nazis, anarquistas, budistas o testigos de Jehova te describirán situaciones distintas como "actos de libertad", "derechos" relacionados con esa libertad y "cosas que se sitúan fuera de los límites de la libertad". Y todos, por supuesto, creerán que su visión de la libertad es la verdadera y lo demás censura o libertinaje y/o abuso de poder. Como todxs ellxs defenderé mi propia teoría: que la libertad no puede ser una idea dependiente de una ideología política determinada, so pena de convertirla en un concepto vacío (que puede quedar muy bonito para slogans y canciones protesta, pero que a la hora de intentar elaborar un discurso nos va a abocar una y otra vez a una petición de principio).

Si definimos los límites de la libertad en función de lo que nuestra ideología establece como bueno (por ej: que forme parte de tu libertad manifestarte contra el gobierno, insultar a un policía, pedir la muerte de un político, silenciar una protesta neonazi, impedir una corrida de toros saltando al ruedo...), no estamos definiendo la noción de libertad, sino nuestra propia ideología. El concepto pasa a ser una mera forma de denominar lo que pensamos que está bien y permitido y lo que no, remitiendo la justificación de tal clasificación a los principios de nuestros enfoques políticos, religiosos o sociales.

Podéis remitir a la típica frase de que "la libertad acaba donde empieza la del otro", pero ¿quién o qué define dónde empieza la del otro? Todas nuestras acciones tienen consecuencias, y en tanto vivimos en sociedad tienen consecuencias directas o indirectas sobre las demás personas, entonces ¿en qué punto el efecto sobre los demás de lo que yo haga con mi vida pasa a ser materia de la libertad de la otra y ya no de la mía? Para una persona religiosa, acciones que tú consideras se circunscriben exclusivamente a tu libertad pueden estar traspasando ese límite al contraponerse a los mandatos de dios; para el colectivo LGTBI podría traspasar esa línea la publicación de un artículo GODIfóbico*; para lxs provida, el aborto traspasa los límites de la libertad individual de la mujer atacando la libertad (vida) del feto; para la mayoría de las feministas, esa postura va en contra de la libertad de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo... y podría seguir mencionando casos hasta la saciedad. Todas ellas tienen razón en sus planteamientos porque todas ellas parten de premisas ideológicas distintas a la hora de definir la libertad.

Ahora bien, ¿cuál es, entonces, mi postura al respecto? pues que la libertad es una forma sin contenido. La libertad es, simple y llanamente, poder. Libertad es la capacidad de ejercer tu voluntad, y esa definición carece de límites y connotaciones morales: libertad es hablar, reír, matar, comprar, defenderse, agredir, parir, trabajar, impedir, violar, pensar... Es por eso que la libertad no es un derecho, simplemente es. Lo que puede y debe ser legislado es la limitación de la libertad en pro de otros valores. Y es que para mí, la libertad como valor está lejos de situarse en el primer puesto de mi lista de prioridades, pues casi siempre la supedito al bienestar (o, más concretamente, a la evitación del sufrimiento): considero más importante reducir la violencia de género que la libertad de un misógino de publicar un libro sobre la inferioridad de la mujer; respetar el luto de una familia que acaba de perder a su hija lesbiana que la libertad de los seguidores de la Iglesia de Westboro de acudir al funeral con pancartas rezando lo felices y agradecidos que se encuentran por su muerte; evitar que un niño pequeño contraiga una diabetes a la libertad del mismo de comer 2 kilos de dulces al día.

No obstante, no necesito justificar ninguna de estas decisiones diciendo que la segunda opción de cada ejemplo no entra dentro de la libertad individual por h o por b: sí lo hace, y prohibirlo es una imposición ni más ni menos legítima que la imposición contraria. Pero como ya expliqué en Relativismos mal entendidos, no tengo ningún problema con esa palabra: yo, como la inmensa mayoría de la gente, impondría si pudiera mis principios al resto del mundo. Y antes de saltarme al cuello, pensad en lo que tratáis de hacer votando.



*GODI: Géneros, Orientaciones Diversas e Intersexuales. Un acrónimo bastante más inclusivo, fácil y legible que el LGTBI y sus variantes - usadlo más, leñe.

martes, 1 de julio de 2014

Biología, cultura y transexualidad

Existe cierto sector del feminismo (minoritario, yo creo) que se empeña en negar la transexualidad (y algunos hasta la repudian). Muchas críticas ha generado el artículo de Píkara acerca de El sexo sentido, polémica que nos presenta esta “confusión”* bastante común, estos principios mantenidos por algunas contra viento y marea. 

Sucede que, a menudo, en nuestro afán por lograr un mundo igualitario podemos acabar tendiendo a deconstruirlo todo bajo el prisma cultural, pretendiendo abarcar más de lo que esa amplia dimensión puede dar de sí. En el caso de este rechazo a la transexualidad la identidad sexual es negada en pos de una igualdad homogeneizante: todo es género, todo es construcción social; nadie sentiría disforia de género si no nos hubiesen metido en la cabeza que un determinado carácter corresponde a una determinada anatomía, si nos aceptasen y tratasen en función de cómo nos identificamos independientemente de cómo sea nuestro cuerpo. 

Sin embargo, por lo poco que conozco del tema veo esta postura un tanto paternalista. Incluso conociendo al dedillo la teoría queer, incluso teniendo el respeto y apoyo de todos sus allegados, incluso siendo visibilizados como el género con el que se identifican, muchxs transexuales necesitan, para sí mismxs y no para los demás, cambiar su cuerpo para adaptarlo a aquél con el que se identifican (pues nuestra identidad no está sólo en nuestros pensamientos abstractos e inmateriales); y esta identificación llega tan lejos y tan hondo en el subconsciente que muchas veces está ahí desde siempre y para siempre en cómo se imaginan, se sienten, se ven en sueños. Su identidad sexual es tan real y tan fuerte que se sobrepone a todos los límites y obstáculos que la sociedad les impone: pese a ser educados como el género-sexo opuesto, pese a que la transición les supondrá discriminación, repudio y exclusión social, pese a que en muchos casos o bien por apertura mental voluntaria o por necesidad su círculo les habría aceptado como “mujeres masculinas”, “hombres femeninos”, queers, etc (o al menos más que como transexuales), ellxs siguen necesitando modificar su cuerpo para sentirse en paz consigo mismxs. Por ello creo que, paradójicamente para muchxs, los hombres y mujeres trans son “más hombres” y “más mujeres” que muchos hombres y mujeres teóricamente cisexuales**, pues estos últimos nunca se han visto en la tesitura de tener que poner a prueba su identidad sexual con todo en su contra: seguramente muchos hombres y mujeres cis tengan una identidad sexual y/o de género mucho menos marcada, de forma que de haber sido educadxs como el género opuesto o haber nacido en un cuerpo diferente se habrían adaptado mejor y quizás sentirían menos disforia. 

Por otra parte, hay una especie de miedo a que la aceptación de la transexualidad suponga una baza a favor del esencialismo (y el sexismo que lo acompaña). Aunque puedo entender ese recelo pienso que, en primer lugar, no podemos pretender negar una realidad porque no coincida con nuestro ideal, pues no podremos lograr progresos si pretendemos avanzar con los ojos cerrados, aferrados a utopías que ignoran los hechos; y en segundo lugar, no hay por qué interpretar la transexualidad como una excepción que confirme y sustente la regla del género, como una justificación a la discriminación sexista y la naturalización de los roles sociales; sino que es, más bien, un ejemplo más dentro del amplísimo espectro de la diversidad sexual y de género que nos confirma que no debemos prejuzgar ni educar a nadie en función de una apariencia o unos genitales. Y más aún: aun en el caso de que finalmente se probase que la tendencia general es que los hombres y las mujeres sean por biología en determinados aspectos como marca su rol de género, eso tampoco justificaría el sexismo, pues la naturaleza no es el destino. Si, por ejemplo, los hombres fueran por naturaleza más violentos que las mujeres, eso no debería conducir a justificar la violencia masculina, sino a prevenirla tratando de reconducirla y reducirla al mínimo mediante la educación, igual que modificamos, reprimimos y reorientamos nuestra “naturaleza” e “instintos naturales” de infinitas formas para hacernos la vida y la convivencia más feliz y satisfactoria para todos. 


*Entre transgénero y transexual. Más información aquí
**Cisexual: personas cuya identidad de género y sexo biológico concuerdan con lo que les fue socialmente asignado (es decir, las no trans).

lunes, 17 de febrero de 2014

El deber de dar la vida

Si bien ya he dejado clara mi opinión al respecto del aborto en otra entrada del blog, retomaré el tema sin volver a explicar lo ya dicho, para plantear un ejercicio de reflexión. Pongamos por caso los siguientes ejemplos: 

Ejemplo1: Luis es un médico privado de clase media-alta con capacidad y medios para curar afecciones que ningún otro es capaz, como en el caso de la enfermedad mortal de Elena. Sin embargo, Elena no tiene dinero suficiente como para pagar el tratamiento que ofrece Luis. 

Ejemplo 2: Laura es una senderista que paseaba por el monte mientras Juan practicaba tiro disparando a unas latas. Por error alcanzó a Laura con una bala malhiriéndola en sus riñones. Ahora necesita urgentemente que le donen uno para seguir viviendo y no hay ninguno disponible para ella.

Ejemplo3: Silvia cruzó sin mirar por el medio de la carretera, justo por delante de María. María, para esquivarla, dio un giro tan cerrado que volcó su coche y quedó muy malherida. Ahora necesita a alguien a su cargo las 24h del día, por el resto de su vida.* 

En los tres casos, o bien la persona mencionada es la única capaz de salvarle la vida a la otra (Luis, con su tratamiento) o bien un despiste o error de cálculo de Juan y Silvia provocaron a otros una situación de dependencia extrema: la necesidad de un riñón o unos cuidados para poder seguir viviendo. En los tres casos, aportar esas tres cosas no provocaría la muerte de Luis, Juan ni Silvia, aunque sí podría cambiar o reducir un poco o muchísimo su vida, libertad y economía. En ninguno de los tres casos se obliga por ley a Luis, Juan ni Silvia a aportar ninguna de esas tres cosas a quienes han quedado en esa situación por su imprudencia o a quienes sólo ellos pueden salvar, sino si acaso, en los dos últimos casos, a ofrecer una indemnización por los daños (que puede no llegarles o no servirles de nada para poder salvar su vida). La mayoría de la gente, de hecho, consideraría abusivo o injusto que desde el gobierno se obligase a Luis a endeudarse o invertir una gran cantidad de su dinero en el tratamiento de alguien que no conoce de nada; o que se le quitase a Juan un riñón por su error o condenase a Silvia a cuidar a María el resto de su vida. 

Sin embargo pongamos ahora el caso de Raquel, que se quedó embarazada por un fallo en los métodos anticonceptivos. 

Sucede que en este y sólo en este tipo de caso, Raquel sí está obligada por ley (en España y otros países) a poner su cuerpo, su salud, su dinero y su libertad al servicio de otro individuo (que yo no considero tal hasta como mínimo el segundo trimestre, pero eso ya lo he tratado aquí) por haber hecho algo sobre lo cual existía una remota posibilidad de que, por error, provocara una concepción. Una posibilidad que, en el caso de métodos como, por ejemplo, el preservativo, la píldora o el DIU, es seguramente mucho más remota que la posibilidad de atropellar a alguien cuando cogemos el coche o la posibilidad de disparar a alguien si nos ponemos a practicar tiro en el monte, sin embargo ¿se consideraría moralmente culpable y un asesino a quien por error atropellase a un peatón o disparase a alguien practicando tiro, ya que sabía que existía una remota posibilidad de que eso pudiese pasar y aún así realizó esa actividad? Si la respuesta es positiva, para ser coherentes, no deberíamos hacer prácticamente nada, pues siempre existe una remota posibilidad de provocar algún mal, por el cual seríamos irremediablemente culpables y deberíamos pagar. Si la respuesta es negativa ¿por qué, entonces, una mujer que haya mantenido relaciones sexuales consentidas es culpable si se queda embarazada y debe “hacerse responsable” de las “consecuencias de sus actos”, en tanto sabía que existía esa remota posibilidad? 

Luis no tiene porqué tratar ni reducir su nivel de vida para tratar a una persona que no conoce de nada, aunque la vida de ésta dependa de ello. Juan no está obligado a someterse a una operación tan invasiva por un pequeño error, nadie le obligará a poner su cuerpo a disposición de nadie. María no tiene ninguna obligación de cambiar por completo su vida y pasar a centrarla en Silvia por un despiste. Para Raquel no hay errores, despistes ni “es un desconocido” que valgan ¿El caso es distinto en ella porque no es una omisión de un acto la que provoca la muerte, sino que ella misma provoca una muerte? No, tampoco esto cambia nada. Si los cigotos pudieran sobrevivir fuera del útero de una mujer y ella se negase a que el proceso continuase de esa forma, quizás podría hacerse esa crítica. Pero la cuestión es que lo que ella quiere no es matar a nadie, sino no someter su útero, su cuerpo, su salud, su vida, su dinero, su libertad… a la vida de nadie (no olvidemos que un embarazo –ya sin contar la crianza posterior- afecta a todas estas cosas) ¿Que como consecuencia de querer echar a alguien de tu cuerpo éste muere? Sí. Pero no es una consecuencia pretendida, sino prevista (si es que sois deontologistas a la caza de un culpable), al igual que en el caso de Luis, Juan y Silvia (¿o es que acaso lo que ellos buscan es que muera Elena, Laura o María?).

Pero sobre esto, como guiño al argumento de Judith Thomson, podríamos aún hacer más analogías: si un día te levantas cosido a un desconocido cual hermano siamés, y la separación de éste implicaría su muerte ¿considerarías que es tu deber permanecer cosido a esa persona? Si unas personas te secuestran y la única forma de liberarte es matarlos (o pidiéndole a otro que los maten) ¿también considerarías que es tu deber no hacerlo, porque matar está mal? Si una persona intenta violarte y, también, la única manera que tienes de librarte es matándolo, o dándole permiso a un policía para que lo mate ¿tampoco lo considerarías justificado? Si estos últimos dos ejemplos te parecen distintos por el tema de la culpa que tendrían tus agresores, supón que tienen enfermedades mentales que les impiden ser conscientes de lo que hacen o el daño que causan, pero, a pesar de ser tan inocentes como el cigoto que Raquel lleva en su útero, causan también tanto daño como el que podría causarle a Raquel el cigoto que lleva en su útero. En todas estas y otras situaciones similares que puedas imaginar, ¿es tu deber no causar la muerte bajo ninguna circunstancia, independientemente de las consecuencias que pueda causar para tu vida, integridad física o psicológica? Si es así, ¡felicidades! Eres un/a santo/a. Sin embargo, la mayoría de las mujeres no queremos ser beatificadas, por lo que si quieres salvar la vida de cigotos inocentes, te aconsejo que vayas a las clínicas abortivas a pedir que te los implanten a ti misma en el útero (o en los testículos).


*He tratado de poner ejemplos sencillos para no alargar mucho la entrada ni centrarla en enrevesadas analogías, pero es probable que por su extrema simplicidad no sean los más adecuados y se le puedan poner muchas pegas. No obstante, pueden pensarse decenas de ejemplos más complejos y bien atados, porque la idea que quería transmitir no varía: nunca se obliga a nadie a que dé tanto por otro (salud, integridad física y psíquica, libertad, dinero...) por un "error", y menos por un "desconocido" (sí, al cigoto recién implantado no lo conoces de nada y nunca has querido conocerlo, cuando el embarazo es indeseado), como a una mujer embarazada a la que se le impide abortar.

jueves, 30 de enero de 2014

Purismo vegano o de cómo alejar a gente de tu causa

En todo movimiento social que se precie acaba surgiendo tarde o temprano un cierto gregarismo y maniqueísmo por parte de un número considerable de sus integrantes, una idea de que “nosotros” (el grupo) somos los únicos poseedores de la verdad y justicia, que hemos de mostrar a los demás, que son malvados. En ocasiones eso acaba volviéndose contra el propio grupo y formando jerarquías morales internas según el nivel de compromiso. El veganismo no es una excepción, pues a menudo se ven ciertos individuos que parecen más preocupados por aumentar su grado de pureza vegana que por acercar a gente a la causa. 

El cacao, la palma, los números E, los productos procedentes de multinacionales o empresas poco éticas y los productos testados suelen ser los focos principales de conflicto. A menudo ciertos veganos acusan a otros de no serlo por comer chocolate, comprar en X supermercado, no evitar el aceite de palma, no ir a hacer la compra con una lista de todos los números E, etc. Se trata de una actitud de “todo o nada”: o no colaboras de forma alguna con ningún tipo de explotación o tienes las manos manchadas de sangre: no eres uno de los nuestros. 

En general esa idea de trazar unas líneas fijas que distingan a los verdaderamente puros de los culpables siempre me ha parecido un error, no sólo por mi rechazo del maniqueísmo (1) (2) (3) y por cuestiones estratégicas, sino también porque en sí el llevar una vida 100% vegana me parece un horizonte utópico. Vivimos en una sociedad especista y capitalista en la que es casi imposible no participar. Gran parte de la industria minera, textil, agrícola y muchas otras es sustentada por trabajadores en condiciones altamente precarias o de casi (o sin casi) esclavitud; todo nuevo compuesto que llega al mercado es testado en animales; el petróleo, gas y otros combustibles que inevitablemente usamos es causa de numerosas y sangrientas guerras e invasiones; todo medio de transporte provoca muertes y/o sufrimiento de animales, incluso el ir a pie, así como la construcción de casas, carreteras, muebles, campos de cultivo, etc etc. 

Todo esto no significa que sea inútil cualquier esfuerzo, sino simplemente que no podemos hacerlo todo, y bajo mi punto de vista, tampoco debemos pretender hacerlo todo, pues semejante pretensión sólo provocará una creciente frustración que acabará con nuestra motivación. Es por esto que mucha gente no se hace vegana, pues piensa que no servirá de nada el esfuerzo: se seguirán matando animales igual. Y es cierto que no vamos a salvar el mundo ni acabar con la explotación animal por hacernos veganos: el error está en plantearse eso como objetivo. Lo que sí salvaremos es el mundo de cada uno de los individuos cuya explotación evitemos ¿o es que acaso nos parecería irrelevante ser cocinados vivos porque millones de otros crustáceos van a seguir sufriéndolo igual? 

Volviendo al tema, es esta actitud de todo o nada la que frena a la gente a hacer algo. A veces quien reduce su consumo de carne se encuentra con la presión de otros veganos para dejarla ya por completo, quien la deja, para abandonar cuanto antes los lácteos y huevos, quien los elimina por completo, para cambiar todos sus productos de higiene, memorizarse los números E, comprar ecológico, no comprar en supermercados, etc. Por otra parte, no hay una única forma de reducir el daño, como si la evolución ética de una persona tuviera que seguir una determinada ruta marcada: quizás alguien no esté dispuesto a renunciar al cacao pero sí renuncia a viajes largos (para evitar muertes de animales) a los que otra persona que no consume cacao no es capaz; quizás alguien que consuma puntualmente huevos realice mucho activismo que el vegano que le critica su consumo esporádico no quiere hacer; quizás, también, alguna gente se guíe por un criterio más consecuencialista, y prefiera comprarse unos tenis made in china por 5€ y donar después 35€ a una organización animalista, en vez de gastarse 40€ en unos tenis ecológicos y de comercio justo, ya que evitará mucho más sufrimiento de la primera forma. 

No digo con esto que me oponga al activismo, el aporte de información e intentos de concienciación: lo que sí considero altamente contraproducente es el acoso, el tratar de imponerles a los demás nuestro propio ritmo de cambio. Y me parece altamente contraproducente, sobre todo, porque el veganismo es una forma de vida y movimiento muy minoritario, por mucho que se haya extendido en los últimos años. Los veganos continuamos siendo los raros, los radicales, y sólo continuaremos alimentando el estigma y minando el avance del movimiento si exigimos a la gente cada vez más y más renuncias para “ser de los nuestros”.


A muchos el estigma de raros y radicales puede darles igual o hasta enorgullecerlos. Sin embargo, a los animales no: cuanto más inaccesible hacemos para los demás el cambio, menos gente estará dispuesta a darlo (pues la sociedad respalda esa no-acción), lo cual se deduce en más sufrimiento y muertes de animales. Para mí el veganismo está más en la intención (de tratar de reducir el daño causado, dentro de nuestra situación y posibilidades) que en unas acciones concretas. Además, mi posición y perspectiva es bastante pragmática, por lo que en general rechazo la categorización de determinadas acciones como éticas o no éticas en sí, veganas o no veganas en sí. En concreto, y para acabar, hay dos de esas cuestiones que trataré más pormenorizadamente: el boicot a los productos testados en animales y a las empresas “poco éticas” (no-veganas, hipercontaminantes o lo que sea): 

El boicot a los productos testados en animales siempre me ha parecido una cuestión más secundaria que la alimentación o vestimenta, por dos motivos fundamentales: por una parte, el consumo no es necesariamente proporcional al número de experimentos animales: cuando compras un jamón, la muerte de ese animal ha sido demandada sí o sí por tu compra; no obstante, si compras un champú testado en animales, no estás demandando la ceguera de un conejo (ni medio, ni 0,002). Una empresa puede decidir testar puntualmente x producto o principio activo en 1000 roedores independientemente de que las ventas que vayan a tener después sean de 10000 o 300000000. Ni se testan cada uno de los artículos ni se experimenta con animales por diversión o para celebrar un éxito comercial. Por otra parte, la colaboración con la experimentación animal no es algo evitable como sí lo es en el caso de la industria alimenticia: prácticamente todo está testado en animales (pesticidas, productos químicos en general, aditivos, todos los fármacos, los tintes de la ropa, muebles, etc), y es que por ley todo nuevo compuesto químico que se sintetice debe ser testado antes de salir al mercado, todos los fármacos, etc. No consumir fármacos cuando los necesitas no va a cambiar esta realidad, pues no es algo que esté en manos del consumidor, sino de los científicos que desarrollen alternativas a la experimentación animal. Lo que podemos hacer por nuestra parte es, básicamente, apoyar esas iniciativas y presionar al gobierno para que esas condiciones cambien. 

No obstante, con relación a este punto sí considero que tiene más sentido el boicot en determinados sectores: en aquellos donde sí existen alternativas comerciales populares (accesibles), como la cosmética o los productos de higiene, pues aquí las pérdidas que pueda tener una empresa por testar en animales pueden acabar deduciéndose en el cese de esa actividad, al no ser obligatoria. Sin embargo, ya que los motivos para dejar de comprar un producto son infinitos y ellos no pueden adivinar los tuyos, quizás más importante aún que ese boicot a nivel individual sea la presión sobre este punto enviando quejas, cartas, etc, para pedirles el cese de la experimentación animal. 

Finalmente, el boicot de ciertos productos veganos por pertenecer a empresas poco éticas siempre me ha parecido bastante absurdo, no tanto como postura individual (es mejor comprar un zumo ecológico de comercio local que uno de Unilever, obviamente) sino como activismo. Por una parte, me parece absurdo pretender mostrar una oposición a la explotación animal de la que se lucra cierta compañía llamando al boicot de los productos de esa compañía que no se sustentan en la experimentación animal, pues precisamente de esa forma lo que se consigue es que no apuesten por alternativas a la explotación animal. Las empresas que se lucran con la explotación animal no están dirigidas por sádicos que disfrutan torturando animales, como si tuvieran que montar un negocio alrededor de eso para tener una excusa para hacerlo: lo que buscan es ganar dinero. Si una empresa que vende chorizos empieza a comercializar almendras y tienen más éxito que los primeros, se priorizará la producción de almendras sobre la de los chorizos; y si nadie compra chorizos y sólo les compran las almendras, dejarán de producir chorizos y se dedicarán a las almendras. Lo mismo podría aplicarse a una multinacional que contamine mucho que saque una línea de productos ecológicos. Además, aunque sólo compraras productos de empresas veganas, el dinero siempre acabará yendo a parar a manos de no veganos: el supermercado, las empresas a las que les compren las materias primas las empresas veganas que producen los productos, etc. 

Por otra parte, mientras que el daño que le podríamos provocar a las multinacionales por boicotear sus productos veganos sería minúsculo, el daño que le provocaría al veganismo la escasez de opciones veganas baratas y accesibles en los supermercados sí sería importante. Como ya he dicho, cuanto más fácil le pongamos a alguien el hacerse vegano más fácil será que dé el paso. Si ser vegano supone renunciar a infinidad de productos manufacturados, no poder encontrar casi nada en los supermercados y tener que recurrir a herboristerías para poder comprarte unas galletas a un precio desorbitado, poca gente estará dispuesta a ello (y más animales se verán perjudicados por esto).

viernes, 27 de diciembre de 2013

Nazis de la gramática

En el mundo anglosajón se conoce como grammar nazis a los “guardianes de la lengua” que se dedican a censurar a todo aquél que se salga de las normas estipuladas por los eruditos del lenguaje. Aunque a veces pueda usarse, cayendo en el mismo error, hacia aquéllos que deciden escribir respetando escrupulosamente la normativa en todos los contextos comunicativos (incluyendo sms, chats, etc), en general refiere a la actitud arrogante de quienes corrigen y critican a los demás cada vez que no utilizan una gramática que consideran adecuada. 

Por supuesto, no meto toda “corrección” en el mismo saco, pues como en todo puede haber diferentes grados e intenciones. Por ejemplo, si un amigo viste de una forma que te parece poco favorecedora, no me parecería ninguna falta de respeto que le hicieras puntualmente alguna sugerencia o comentario constructivo, sin creerte por ello que tu criterio estético es más válido que el suyo. Pero lo irrespetuoso, a mis ojos, es criticar su vestimenta desacreditando su criterio por salirse de la norma, humillarlo o burlarte de él por no seguir la moda o normas estéticas del momento, o insistir en unas críticas a su imagen pese a haberte pedido que dejes de hacerlas. Análogamente, veo normal que le puedas sugerir a alguien la forma normativa de escribir algo, por si acaso su intención es seguir esa norma y por tanto ha cometido un error de acuerdo a sus pretensiones, pero no insistir si ha dejado claro que no le interesa seguir la ortografía normativa. Asimismo, pedir una “ortografía de mínimos” en determinadas comunidades virtuales como foros de debate lo veo pertinente para posibilitar una comunicación óptima, pero más como una petición que como una exigencia, pues la intención comunicativa no es algo que en la mayoría de los casos puedas evaluar de acuerdo a su ortografía y estilo narrativo (a algunos puede costarles mucho escribir de una forma “no caótica” a ojos de la mayoría mientras que a otros les saldría espontáneamente un discurso ameno y ordenado para los demás). 


Aunque en sí esta actitud quisquillosa y de acecho me genera rechazo, me lo genera más aún la forma en que a menudo es utilizada: como contraargumento. Cuando alguien opina algo con lo que otra persona está en desacuerdo, es común atacar a su ortografía en vez de a sus argumentos. Esto no es más que una forma del famoso argumento ad hominem, un tipo de falacia consistente en dar por sentada la falsedad de un argumento en base a quién es la persona que lo emite, es decir, por medio de desacreditar al mensajero, en vez de al mensaje; en este caso, a la ortografía del mensajero en su mensaje. 

Semejante contraargumento para mí deja más en evidencia al crítico que al criticado, mostrando lo que parece una carencia de argumentos reales, además de una actitud despreciativa y elitista. 

Lo que más me fastidia de este comportamiento es que es sostenido incluso por mucha gente de izquierdas y anarquista. Por una parte, como acabo de decir, esta “burla” me parece en sí rancia y elitista: el objetivo de la lengua es la comunicación, no ganar una partida de Scrabble. La lengua es lo que los hablantes construyen, es una herramienta viva en constante evolución y crecimiento, no un manual cerrado de términos escritos y pronunciados como un grupo de estudiosos estipula que es correcto. Por supuesto, el establecimiento de una norma me parece una herramienta útil para facilitar la comunicación, pero no creo que sea una especie de deidad a la que respetar y repudiar a quienes no la alaben: quien quiera seguir la norma que otros marcan que la siga, quien quiera crear sus propias reglas o estilo o hacer cualquier tipo de modificación en el modelo estándar, que lo haga. Yo no tengo ningún problema con que alguien decida usar la k en vez de la q o con que hable como le dé la gana mientras lo entienda. Si no lo entiendo, igual que si me habla en una lengua que desconozco, le pediré si puede acercarse algo más al código que yo manejo para posibilitar la comunicación. Y si no puede o quiere hacerlo, simplemente no me comunico con esa persona, pues la comunicación es imposible: ya sea por la imposibilidad de conciliar los códigos (en el primer caso) o por la actitud del otro miembro (en el segundo caso). 

No obstante, a mayores de esto hay un elemento mucho más clasista y burgués, y es que en una gran cantidad de casos en los que se ridiculiza a otros por una “mala” ortografía, la burla es una crítica que se suelta de forma espontánea, sin pasarla por un filtro, es decir: pocas veces se tiene constancia y busca primero analizar la situación socioeconómica de quien comete las “faltas” por las que son ridiculizados, sino que la burla se dirige por igual a un occidental blanco y rico que a un mexicano pobre que a duras penas ha podido ir a la escuela. Que una persona se burle y humille a otra porque le guste vestir ropa vieja y rota es (entre otras cosas) ser entrometido e irrespetuoso, pero que se burle de alguien pobre que lleva esa ropa porque no puede permitirse nada mejor, es además del más rancio y acérrimo clasismo. Es idéntico a la actitud del capitalista más convencido que culpa a los pobres de su pobreza por “ser unos vagos”, y por tanto es algo totalmente impropio de gente que presuma de progresista.