sábado, 1 de junio de 2013

Los problemas de verdad

A menudo se menosprecian los problemas propios o ajenos comparándolos con los considerados “problemas de verdad”, ya sea con “malas” intenciones (considerando que la persona que sufre por ese “problema de mentira” es caprichoso y desagradecido por no valorar lo que tiene) o “buenas” (tratando de minimizar el problema para ayudarte a superarlo). El criterio para determinar por cuáles problemas puedes sentirte mal o ser legítimamente compadecido varía según la persona que te juzga: algunos consideran que el ser pobre, tener graves problemas de salud, quedarse parapléjico, no tener casa, morirse de hambre… siempre hay gente que está peor, siempre hay gente que lidia sin mayores dificultades con las situaciones que a ti te causan malestar. 

Cuando la gente utiliza esos argumentos me dan ganas de contestar que hay gente capaz de componer una sinfonía en 8 horas, dibujar un retrato hiperrealista en dos días o sacar una ingeniería a curso por año y sin suspensos, por lo que “si tú no eres capaz es porque no lo intentas lo suficiente” o “si esa gente puede hacer eso, ¿cómo te atreves a decir que no eres capaz de hacer esa otra cosa de menor dificultad?”. 

Los eventos que ocurren en nuestras vidas no son así de buenos o malos, así de difíciles o fáciles: el valor se lo da quien lo valora/experimenta, lo cual es involuntario y totalmente subjetivo. Una persona puede hundirse por algo que para ti es irrelevante y a la inversa con otras situaciones. Una persona puede haber superado un problema de una determinada forma y que a ti eso no te funcione. La capacidad para afrontar un problema depende de infinitud de factores que no podemos controlar, como por ejemplo los niveles de dopamina, serotonina u oxitocina. 

Sé que cada persona es un mundo y quizás a algunas les ayude considerar que sus problemas son estúpidos para superarlos, pero muchas veces el efecto es el contrario. En mi caso, al menos, ese continuo menosprecio sólo me ha servido para sentir una inmensa culpa cada vez que me siento mal, lo cual acrecienta bastante el problema original. No sugiero tampoco que se haga un drama de ello y nos compadezcamos de la persona como si no hubiera esperanza alguna para ella: no existe tal dilema. Si queremos ayudar quizás sea positivo preguntar a la persona cómo le afecta a ella ese problema en vez de prejuzgar cómo debería afectarle según nuestra experiencia o la de otras personas, y preguntar si y cómo podemos ayudarla, o qué cosas podrían distraerla o darle un respiro, sin juzgar tampoco que si esa persona se anima de alguna de esas formas es porque realmente su problema no era tan grave (la gravedad del problema no depende necesariamente del tiempo durante el que éste persista, sino de la intensidad con la que se siente mientras éste persiste). 

Si tratamos de ponernos en la piel de la otra persona y entender por lo que ha pasado, los valores en los que ha sido educada, sus miedos, sus limitaciones físicas y psicológicas, etc quizás logremos dejar de juzgar y empezar a comprender. Quizás entendamos así por qué para aquella chica era tan importante no verse fea o gorda o tener las mejores notas de la clase, por qué aquél hombre se muestra tan arrogante por miedo a que los demás lo consideren débil o por qué aquella otra persona es incapaz de llamar por teléfono, mirarte a los ojos o salir sola a la calle. O quizás a veces no podamos comprender el por qué (a veces quizás ni las propias personas lo entiendan), pero eso no hace en ningún caso que el problema sea menos real. Una depresión, por ejemplo, no depende necesariamente de que seas pobre, de que una persona cercana haya muerto, la gente no te aprecie o no tengas suerte en tu vida profesional. Cualquiera es susceptible de sufrirla independientemente de las circunstancias externas que lo acompañen, y decirle a alguien que no hay motivos para estar deprimido es tan absurdo como decirle que no hay motivos para tener artritis o astigmatismo, amén del ya mentado riesgo de conseguir el efecto justo contrario al que buscamos: que la persona sienta que hay algo malo en ella y se sienta culpable por estar mal ya que, aparentemente, no hay motivos para ello. 

1 comentario:

  1. Un ejemplo de esta carencia de condolencia es la actitud que manifiesta mucha gente hacia las personas tímidas e inseguras. Lejos de ayudar con comentarios jactanciosos lo que consiguen es acrecentar la sensación de inferioridad.

    Tenemso mucho que aprender para desarrollar esas neuronas espejo.

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